Con la boca llena de dudas me suplica compañía. Qué se yo, nunca había querido cerrar la puerta e irme cuando aún no ha amanecido. Nunca había sentido esa necesidad constante de aporrear la puerta de su casa y lanzarme a sus brazos. No, creo que no lo recueda, pero estoy aquí. No, me retracto, no creo que aún sepa enseñarlo tal cual. Tenía que tirar toda mi ropa y salir a la calle vestida de mí... y eso me aterraba. Mis abrigos más cálidos apenas me resguardaban de una ligera brisa otoñal. Y llegó él, casi sin proponérselo, cubriéndome con su mejor chaqueta. Creo que la descosí por todas partes, pues tiré con fuerza de ella, con un tremendo miedo a que se volara con el viento. Y ahora, llenándome de heridas, zurzo todos los pequeños agujeritos del chaquetón, esperando que alguna vez él pueda verlo como nuevo.
sábado, 18 de diciembre de 2010
Subscribe to:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario